lunes, noviembre 28, 2005

HUELVA, Palmarés final

Huelva, Crónica final. Palmarés.
Cidade Baixa se lo come practicamente todo y se convierte en la gran triunfadora con cuatro premios

Finiquito con el Palmarés del Festival. Una salvajada en mi opinión, aunque solo sea porque me parece profundamente insolidario y contra el espíritu de este festival en concreto darle cuatro de los premios a la misma película (más allá de lo acertado o no de los mismos, que eso es siempre opinable), otros dos a películas de directores consagrados y obviar así por completo películas hechas con mucho esfuerzo que necesitan los premios como el comer para sobrevivir. Y no solo por la pasta, sino por la promoción. El comentario más oído después de conocerse el palmarés fue: "Al final, mucho hincharse la boca de buenas palabras sobre la identidad común del cine iberoamericano y la necesidad de unirse frente al cine USA... y luego un jurado compuesto en su mayoría por directores, aunque sean consagrados, demuestra lo cainitas que pueden llegar a ser con ellos mismos" Claro que la culpa son de unas bases que no permiten premios ex-aequos pero si desatinos como conceder cuatro premios a la misma película. Otro día os cuento más anécdotas - y alguna bronca amistosa que tuve con el Jurado - que ando pilladito como siempre:

Mención Especial del Jurado a la película “Barrio Cuba” de Humberto Solás (Cuba).(Nota: Se organizó una monumental movida con esta mención especial, pues en un primer momento el Jurado pretendía que la mención especial fuera para Humberto Solás y NO para su película, y así se leyó en el Palmarés. Una bofetada en toda regla camuflada de regalito, vamos. Al final les dijeron que eso no era posible, y así quedó)

Colón de Plata a la MEJOR PELÍCULA DE UN REALIZADOR NOVEL patrocinado por AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional dotado con 10.000 € para el productor y 10.000 € para el director es para “Cidade Baixa” dirigido por Sergio Machado (Brasil).

Colón de Plata a la MEJOR FOTOGRAFÍA es para Renato Berta por su trabajo en la película “Espelho mágico” dirigida por Manoel de Oliveira (Portugal)

Colón de Plata al MEJOR GUIÓN ORIGINAL para Karim Ainouz y Sergio Machado por “Cidade Baixa” (Brasil)

Colón de Plata a la MEJOR ACTRIZ es para Yoima Valdés por “Agua con Sal” dirigida por Pedro Pérez Rosado (España)(Nota: este es el complementario que yo decía de mi quiniela, ya que es el único que coincide con mis pronósticos. Premio justísimo y que además fue sumamente celebrado por la interesada - Jesús que noche de bailoteo nos dieron la premiada y su esposo el cubano Vladimir Cruz... cegaba mirarlos - y todo el equipo de la peli)

Colón de Plata al MEJOR ACTOR es para Wagner Moura por “Cidade Baixa” dirigida por Sergio Machado (Brasil)(Nota: Me consta que el Jurado hubiera preferido dar un ex-aequo a Wagner Moura y a Lazaro Ramos, su compañero en la película, ya que esto era algo así como Thelma y Louise: premiar a uno y no a otro era un desatino... pero estaba prohibido por las bases. De elegir uno, lo lógico hubiera sido, en mi opinión, darselo al otro, Lázaro Ramos - el negro, por si alguna vez veis la peli - pero en fin...)

Colón de Plata al MEJOR DIRECTOR es para Miguel Littin por “La Última Luna” (Chile)

Premio Especial del Jurado para la película “Quasi Dois Irmaos” de Lucia Murat (Brasil)

COLÓN DE ORO AL MEJOR LARGOMETRAJE patrocinado por TVE, dotado con 60.000 €. En derechos de emisión es para “Cidade Baixa” dirigida por Sergio Machado (Brasil)(Nota: O sea, resumiendo: Cidade Baixa se come cuatro premios gordos: Mejor Película, Actor, Guión y Mejor Opera Prima. Pablo Stoll, director de Whisky, argumentaba que si la mejor película era una opera prima, lo coherente era darle ambos premios, pero un servidor no comparte ese argumento: hubiera sido un poco más justo abrir algo más el juego y premiar Conejo en la Luna o Di Buen Día a Papá, que también eran operas primas, ya que Cidade Baixa ya tenía premios de sobra... Es discutible, claro, pero esto no son los Oscar: es un Festival de Cine Iberoamericano.

OTROS PREMIOS
Premio Especial del Público para la película “Barrio Cuba” de Humberto Solás (Cuba).

Premio de Radio Exterior de España otorgado a “Quasi dois irmaos” de Lucia Murat (Brasil), “una película con una sólida estructura cinematográfica que aborda con coraje y audacia la compleja realidad social y política de Brasil durante los últimos cincuenta años”(?)

Premio “Llave de la libertad” otorgado por votación entre los internos del Centro Penitenciario de Huelva a la película “Agua con sal” de Pedro Pérez Rosado (España-Puerto Rico), con una votación media de 9,06 puntos (Nota: Toma ya respaldón del colectivo carcelario a la película de mi amigo Pedro Perez Rosado, menudo alegrón)

Premio “Manolo Barba” de la Asociación de la Prensa de Huelva al Mejor Guión Original para “Conejo en la luna”, escrita y dirigida por Jorge Ramírez Suárez, “por su valentía al denunciar la corrupción política y policial a través de una inquietante trama que consigue atrapar al espectador en todo su desarrollo”. (Nota: El único premio que se llevó de Huelva esta interesantísima aunque por desgracia fallida en su tramo final película mexicana. mereció mejor suerte, como Di Buen día a Papá)

David Garrido, que, esta vez si, echa definitivamente el ancla. En unos días de nada estaré de vuelta a la normalidad en el blog, que además he de redecorarlo como merece. pero paciencia, que Cinemerida tiene la prioridad ahora mismo.

sábado, noviembre 26, 2005

HUELVA, Crónica 6: Dar de Nuevo, El Trato y quinielitas

Huelva, Crónica 6. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados

- Yo creo que te estas equivocando – me respondía en plena rueda de prensa el director de la película argentina Dar de Nuevo, Atilio Perin – El Jorge Maronna por el que vos estas preguntando no es el comisario, sino el tipo que idea el plan. Y no es el miembro de Les Luthiers…

La verdad es que no sabía donde meterme. Acababa de preguntarle como había conseguido que un miembro de Les Luthiers participara como actor en su película. Estaba absolutamente convencido que el papel del comisario de la película lo hacía el percusionista del famoso grupo argentino (el del bigote, para entendernos) y que había seguido así los pasos de Marcos Mundstock (el calvo, para entendernos) al que hemos podido ver en pequeños papeles en películas como Roma, No Sos Vos, Soy Yo o Señora Beba. Y el caso es que estaba seguro de que Jorge Maronna era un miembro de Les Luthiers…

- En cualquier caso, consolate: no sos el primero que se equivoca – me decía divertido Atilio Perin, viendo mi cara de desconcierto – Ya hubo unos cuantos en mi país que vieron la película y cometieron el mismo error ¿Y sabés lo más gracioso? Que efectivamente hay un Jorge Maronna en Les Luthiers y, para colmo, es primo hermano del que sale en mi película… pero la gente siempre se equivoca con el comisario, y no con él…

La conversación se estaba volviendo algo surrealista. Y más para los que no tengan ni remota idea de quien son Les Luthiers, así que pasamos a seguir comentando otros aspectos de su película. Dar de Nuevo es una de esas comedias con cierto trasfondo social a la que tan aficionados son los argentinos. De hecho, uno de los principales problemas de la película, que narra como cuatro viejecitos jubilados que viven en un pequeño pueblo del interior de la pampa planean y ejecutan un chapucero secuestro del que es víctima un joven y exitoso empresario, es que resulta demasiado argentina, en el sentido de que tiene un carácter tan localista que su propio director duda de las posibilidades comerciales de su obra incluso en su país donde aun no se ha estrenado tras un proceso laborioso que le ha llevado seis años para terminar el proyecto. Rodada con actores desconocidos, todos ellos provenientes del teatro – medio del que procede el director – Dar de Nuevo es una especie de homenaje a esa generación de viejos que han vivido el peronismo, la dictadura y el liberalismo desaforado de Carlos Menem, esos mismos que fueron los primeros en echarse a la calle cuando vieron venir, mucho antes que nadie, lo que luego sería el famoso Corralito. Esta generación de resistentes, de gente que no tiene un mango para sobrevivir pero que jamás perdió el sentido del humor son los mismos que eran capaces de robarse un tren en aquella película uruguayo-argentina llamada Corazón de Fuego (aquí fue El Último Tren) y que aquí sacan adelante como pueden un secuestro surrealista en el que se ven obligados a usar de forma constante unas cachondas máscaras de goma (Mickey, Donald, Frankenstein… y Catwoman) para que su invitado no les reconozca.

Dar de Nuevo parte de una idea que podría haber dado para un excelente cortometraje, pero que en ningún caso puede estirarse tanto como para sostener un largometraje, por muy simpáticos que nos resulten los viejitos protagonistas o el comisario que los persigue. Es lo que ocurre con una película que se inspira en una conversación real de la que el director fue testigo en un bar cuando cuatro jubilados hartos de jugar al Truco – algo así como el Mus por aquellos lares – juguetean con la disparatada idea de que dado que ya no tienen nada que perder (“Al menos si me meten en la cárcel, me dan de comer todos los días” – dice en un momento dado uno de los personajes) bien podrían intentar un golpe de mano: como idea está bien, como largometraje llevado a la práctica pues no funciona. Eso si, al menos, como nos explicó el director en rueda de prensa, la película ha servido para que cuatro o cinco actores veteranos de teatro, sin experiencia cinematográfica previa – algo que sin duda se nota en el filme: no llega al extremo del famoso “¡Señorito!” que soltaba a pleno pulmón Fernando Fernán Gomez en El Viaje a Ninguna Parte cuando su personaje, un actor de teatro de toda la vida, se enfrentaba por primera vez al cine, pero casi – ahora trabajan regularmente en el cine y la televisión, haciendo al menos una película al año. Solo por eso, ya ha valido la pena.

La imagen que tenemos asociada en Europa de Colombia es casi imposible de cambiar: cocaína, narcotráfico, guerrilla, delincuencia, carteles… A menudo los propios medios de los países occidentales alimentan esta imagen que uno no duda que tenga visos de realidad pero que, al igual que España nunca fue solo flamenco, toros, mujeres en traje de luces y panderetas, es una visión ciertamente estrecha. Un ejemplo evidente de ello es un hecho real que ocurrió hace unos años en el Reino Unido: un equipo de rodaje inglés hizo un documental en Colombia sobre el tráfico de drogas, más concretamente sobre como las mafias usaban a las mulas – ya saben, esas personas capaces de llevar en su interior unas cuantas decenas de pepitas rellenas de cocaína: los que hayan visto María Llena Eres de Gracia ya saben de sobra de lo que va el tema – para introducir la cocaína en Inglaterra. El documental, que seguía de cerca el viaje de una de estas mulas y estaba repleto de imágenes impactantes, fue un éxito arrollador en todo el Reino Unido e incluso se vendió a otros países… hasta que se descubrió que todo el documental era completamente falso: los autores del mismo contrataron a colombianos para que se hicieran pasar por narcotraficantes, mulas, blanqueadores de dinero de forma convincente. El montaje, que fue descubierto por un diario inglés, provocó un enorme escándalo e inspiró al veteranísimo director colombiano Francisco Norden para, partiendo de ese hecho, rodar El Trato, una película que pretende ser una especie de comedia social que en un tono ligero, trata de describir cierta idiosincrasia colombiana.

Bueno, el tema es interesante, pero la película es un completo y absoluto desastre que no hay por donde cogerla. En ella nada tiene demasiado sentido, los personajes y situaciones se suceden de forma atropellada, confusa, saltando constantemente y haciendo que la acción avance a trompicones. No menos de veinte personajes se acumulan en esta historia carente del más mínimo sentido del ritmo en la que no hay una estructura ni un tono definido y a la que no salvan ni alguno de sus pintorescos seres que aparecen por la pantalla que, dicho sea de paso, si su principal objetivo era desdramatizar y luchar contra el tópico que pasa por nuestras mentes cada vez que pensamos en Colombia, consigue exactamente lo contrario. Ni tan siquiera ese mafiosillo con aires de grandeza y sueños de fama que atiende al exótico nombre de John Maria – que por su candidez proporciona un par de escenas mínimamente divertidas, un par de gotas de agua en un océano de aburrimiento generalizado – consigue despertar al espectador de su amodorramiento en la que sin duda es la peor película de la Sección Oficial (¿no podían haber elegido otra para cerrar el concurso que ésta?) y cuya presencia solo se justifica por el hecho de que la mayor parte de las películas de la sección Rábida largometrajes o bien ya habían estado en otros festivales o bien eran de la misma nacionalidad que otras de las películas a concurso en la Sección Oficial. Lo que si era algo bastante penoso era ver como todos y cada uno de los que estábamos acreditados en el festival, ya fuéramos prensa, invitados o directores de otras películas, esquivábamos a la salida de la proyección a Francisco Norden, un señor tan mayor – lleva en esto más de medio siglo – tan agradable, tan educado y tan respetuoso que cualquiera reunía el coraje de decirle que su película era desastrosa. Confieso que solo pensar en la posibilidad de que el director, con el que había departido amigablemente antes de ver su filme, me preguntara por mi opinión sobre el filme me hacía sentirme tan sumamente violento que, a diferencia de lo que he podido hacer con naturalidad con otros de los directores presentes en Huelva, evité de forma más que consciente encontrarme con él a la salida. Se que no es nada loable pero, que quieren que les diga, hay veces que es mejor callarse lo que uno piensa.

Y con estas dos películas damos por cerrada la Sección Oficial. A apenas un par de horas de que el Jurado presidido por la escritora Laura Esquivel – un encanto de mujer – y compuesto por los directores Eduardo Mignona (Sol de Otoño, El Faro del Sur, La Fuga, Cleopatra, El Viento… un estupendo director, vaya); Pablo Stoll (uno de los dos jóvenes directores de 25 Watts y la gran ganadora del año pasado, Whisky, mucho más joven que el resto del Jurado); Roberto Bodegas (el autor de Matar al Nani y del primer documental que se hizo sobre Ramón Sampedro, mucho antes de Mar Adentro, un señor de 72 años ya de lo más agradable que actualmente imparte un master de dirección en la escuela de Ciencias de la información de Madrid); Paulo Thiago (autor del documental de Bossa Nova Coisa Mais Linda de la que les hablé hace unos días y que cada vez que me ve me dice que va a pensarse muy seriamente lo del tema de subtitular las canciones en español… o en portugués); el crítico de cine ahora ya jubilado Jose Ramón Rey, un tipo de lo más cáustico y divertido con una amplia trayectoria en Radio y prensa que está de vuelta de todo y con el que es una verdadera lástima no poder hablar de las películas de la Sección oficial) y la directora del latino Film Festival de Los Ángeles Marlene Dermer, que aunque ha estado ausente todo el Festival llegó ayer después de haber visto todas las películas (en DVD, que remedio) para las deliberaciones. A saber que saldrá de un Jurado tan descompensado (¿cuatro directores sobre siete miembros y ningún actor?) pero mis votos particulares – ojo, lo que yo daría, no lo que creo que va a salir - queda como sigue:

Colón de Oro a la Mejor Película: Mi Mejor Enemigo, Chile
Premio Especial del Jurado: La última Luna, de Miguel Littin, Chile
Colón de Plata a la Mejor Dirección: Jorge Ramírez, por Conejo en la Luna
Colón de Plata a la Mejor Actriz: Yoima Valdés, por Agua con Sal
Colón de Plata al Mejor Actor: Aimann Abulozof, por La Última Luna
Colón de Plata al Mejor guión: Di Buen Día a Papá, de Verónica Córdova y Fernando Vargas
Colón de Plata a la Mejor Fotografía: Cidade Baixa, Toca Seabra
Colón de Plata a la Mejor Película Novel: Conejo en la Luna de Jorge Ramirez, Mexico

Y luego ocurrirá lo de siempre, que no acertaré ni el complementario. Mañana les cuento como ha ido el palmarés y el revuelo que ha organizado – sobre todo entre el personal femenino – la presencia en Huelva del excelente actor argentino Leonardo Sbaraglia, premio Ciudad de Huelva y motivo de un libro de entrevistas escrito por el director del programa de cine de Radio 3 Javier Tolentino. Con permiso de la resaca, claro…

viernes, noviembre 25, 2005

HUELVA, Crónica 5: Di Buen Dia a Papá, Cidade Baixa, Mujeres Infieles

Huelva, Crónica 5. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados

Los huesos del Ché se mueven y el sexo se apodera del Festival.

Di Buen Día a Papá es una bienintencionada pero bastante desigual producción boliviana (debe ser la primera película boliviana que veo en mi vida) que gira en torno a un personaje mítico al que el cine se ha acercado numerosas veces en los últimos años, Ernesto Ché Guevara. Bueno, para ser exactos, Di Buen Día a Papá – frase en clave con la que se ordenó la ejecución del guerrillero revolucionario cuando fue finalmente atrapado por el ejército boliviano – gira en torno a los habitantes de Villa Grande, el pueblo donde fueron trasladados los restos del Ché, expuestos al público y a los fotógrafos durante unas cuantas horas en una modesta lavandería – lo que dio la oportunidad de que existieran multitud de documentos gráficos que inmortalizaron su muerte – y enterrados en un lugar desconocido durante aproximadamente 30 años, hasta que fueron exhumados y devueltos a sus familiares en 1997. En aquella búsqueda de sus restos que atrajó la atención internacional sobre aquel pequeño pueblo andino se encontraban presentes realizando un documental sobre el proceso el director de la película Fernando Vargas y su esposa, la guionista Verónica Córdova. Y fue hablando con la gente del lugar, que a lo largo de esas tres décadas habían tenido tiempo de crear toda una serie de leyendas en torno al supuesto carácter milagroso de los restos del Ché, mitos basados en parte en creencias que vienen de las épocas precolombinas – como que el alma de una persona que muere violentamente antes de su tiempo se convierte en un alma perdida que deambula por donde se hallan sus restos realizando milagros – o incluso supersticiones – la famosa ‘Maldición del Ché’ que sirvió durante mucho tiempo para explicar el gran número de muertes que se produjo en los años siguientes a la ejecución de Ernesto Guevara entre los militares que participaron o tuvieron alguna relación con aquel hecho – que la pareja se dio cuenta de que ahí había una historia después de La Historia, es decir, una película basada en la gente que vive en aquel pueblo, cuya vida se vio condicionada por ser durante tres décadas el lugar de descanso de los restos de esa figura mítica, que no en vano ha alcanzado en toda América Latina una aureola de santidad que posiblemente no le hubiera hecho ninguna gracia al propio interesado.

La estructura del guión de Di Buen Día a Papá es quizás uno de los puntos más destacados de una película a la que posiblemente le perjudica un exceso de tramas que resolver en su esfuerzo por hacer el retrato generacional de una familia del pueblo que sirve de hilo conductor a la película. Tras un prólogo en el que somos testigos fuera de campo de la ejecución del Ché en La Higuera y el traslado de sus restos en helicóptero a Villa Grande en 1967, la película se estructura en cuatro bloques temporales que tienen la particularidad de viajar hacia atrás en el tiempo: Los Huesos, en 1997, narra la búsqueda de los restos y los esfuerzos de los habitantes del pueblo por impedir que se lleven de allí los restos del Ché; Las Promesas, en 1987, nos cuenta la historia de Ángeles, la más joven de esa familia compuesta de tres mujeres que protagoniza el filme, y su novio Bienvenido cuyas vidas se verán alteradas por la llegada a Villagrande de una expedición de universitarios de varios países que quieren conmemorar en el pueblo el veinte aniversario de la muerte del Ché; Las Cartas, en 1977, cuenta la historia de la famosa Maldición del Ché y una serie de cartas en cadena que colaboraron a alimentar la conversión del Ché en un santito popular al que se le rendía culto religioso y por último, Las Manos, en 1967, cuenta la llegada de los restos del Ché a Villagrande y como afectó de forma inevitable a los habitantes del pueblo, para culminar en un epílogo de vuelta en 1997 que concluye la historia.

Decía al principio que Di Buen Día a Papá es una película sin duda ambiciosa y bienintencionada, pero desigual. Y lo es porque sin ningún género de dudas su planteamiento es original y digno de alabanza. No resulta fácil acercarse a una figura tan mítica como la del Ché y mucho menos hacerlo desde la perspectiva esquinada de esos personajes que en realidad no tenían la más mínima noción de quien era aquel hombre y lo que representaba cuando llegó a Villagrande, pero cuya presencia afectó a sus vidas de forma definitiva. Si tenemos en cuenta que la película ha sido rodada en los lugares originarios de la historia, poniendo un exquisito cuidado en ser riguroso con lo que hasta ahora se sabe de la muerte del Ché, que las actuaciones cumplen con su objetivo – en especial la estupenda Isabel santos en el papel de la matriarca de la familia – y que el trabajo de dirección y puesta en escena es elegante y sin aspavientos ¿qué es lo que falla en la película? Para mi el problema está en que la mayor parte de las cosas que les suceden a esa familia a través de la cual se cuenta la historia me interesa mucho menos que todo lo que verdaderamente se acerca a los hechos históricos, quizás porque varias de las tramas – la mujer que espera en vano treinta años a que vuelva el soldado que la dejó embarazada, la hija rebelde que ve en los universitarios una posibilidad de abrirse al mundo, la madre que empieza renegando del Ché y acaba convirtiéndole en un santito más… - aun necesarias para contar el argumento, hacen de Di Buen Día a Papá una película alargada de forma innecesaria y un tanto pesada, irregular por cuanto tanto el primer episodio como el último – es decir los más directamente relacionados con la muerte del Ché, la exhibición de su restos y la exhumación de los mismos - están mucho más logrados (e interesan mucho más) que los que componen el tramo central de la película, por lo que se corre el riesgo de provocar un cierto aburrimiento en el espectador antes de llegar a la resolución del filme. Tampoco ayuda una BSO a menudo inadecuada (¡por Dios, esos violines entrando en las escenas más arrobadas!) ni el extraño empeño en que nos creamos que Paola Ríos puede interpretar al mismo personaje durante los treinta años que abarcan la historia sin apenas demostrar cambios físicos apreciables. Pero tampoco conviene cebarse demasiado en estos detalles y es preciso reconocer el mérito que tiene una producción de estas características en un país con tan poca tradición como Bolivia, sobre todo porque el filme contiene varios aciertos – la forma de presentar el proceso que convierte al Ché en un mito popular, o que éste no sea visualizado al completo en ningún momento, sino solo a través de fotos o de partes de su cuerpo, como las manos, sin que por ello se descuide en absoluto un exquisito cuidado por la reconstrucción histórica de los hechos – y elementos que permiten pensar que independientemente de los éxitos internacionales que pueda tener la película, preseleccionada para el Goya a la Mejor película de Habla No Inglesa y representante de Bolivia para el Oscar, sería interesante seguir en el futuro la carrera de este joven realizador, Fernando Vargas, que si de algo ha dado muestras en esta su opera prima es de ser un director con cierto gusto por el riesgo. Por cierto, un detalle que no conviene dejar de lado es que Di Buen día a Papá es la segunda producción – tras la chilena Mi Mejor Enemigo – que concursa en el Festival que ha contado con el director argentino Pablo Trapero (autor de las estupendas Mundo Grúa, El Bonaerense y Familia Rodante) en su faceta menos conocida, pero enormemente valiosa, de productor, que está permitiendo a nuevos talentos del cine latinoamericano poner en marcha sus proyectos.
En las antípodas de la película boliviana está Cidade Baixa, segunda película brasileña a concurso de un Festival del que ya hemos dicho que este año tiene bastante acierto carioca. Sergio Machado, guionista y ayudante de dirección en algunos de los últimos éxitos internacionales del cine brasileño como Estación Central de Brasil o Madame Sata, debuta en la dirección de la mano de su amigo y cómplice Walter Salles – otro que, como Pablo Trapero, parece muy interesado a través de la producción en colaborar al desarrollo de las cinematografías sudamericanas – con una película que pretende, según explicó en rueda de prensa “de dar a conocer mejor a los jóvenes menores de 20 años que provienen de las clases más pobres de Brasil”. La Ciudad Baja del título se refiere a Salvador de Bahía, una urbe dividida entre la parte alta, donde viven los más acomodados, y la zona de la ciudad donde están los más desfavorecidos, donde se desarrolla esta historia que es algo así como un menage a trois bastante subidito de tono, con profusión de escenas de sexo y un tanto comercialota, que pese a subir bastante la temperatura de la sala donde se proyectaba, no llegó a interesarme nunca en exceso. Deco y Naldinho, dos jóvenes amigos desde la infancia que son como hermanos, uno negro y otro blanco, se encuentran por casualidad a Karinna, una muy sensual joven – despampanante Alice Braga en su primer papel protagonista – que quiere llegar a Salvador de Bahia para ganarse la vida como bailarina de striptease (bueno, como prostituta, para que vamos a andarnos con sutilezas). Los chicos la llevan en su barco a cambio de los consiguientes favores sexuales, pero un incidente desafortunado en el que uno de los chicos queda gravemente herido les une en una peripecia que refuerza sus lazos de amistad… y de algo más, pues ambos acaban enamorados de la chica, cosa que no es de extrañar ya que, como la película se encarga de dejar bien claro (demasiado), la moza es una auténtica máquina de follar a la que no le cuesta mucho trabajo enganchar a ambos amigos, que por supuesto acabarán enfrentándose por su amor ya que, como demostró Truffaut hace muchos años con Jules y Jim – perdón por la blasfemia de traerle a colación – los triángulos amorosos nunca funcionan del todo.

A favor de Cidade Baixa hay que decir que está bien interpretada por todos los vértices del triángulo – que Lázaro Ramos y Wagner Moura sean, además de actores, íntimos amigos fuera de la pantalla, ayuda no poco en la química excelente que hay entre ambos y Alice Braga cumple bien en un papel de lo más exigente, en todos los sentidos – y que la película está en líneas generales bien realizada, un poco con ese estilo directo que ya hemos podido ver en recientes películas brasileñas tipo Ciudad de Dios o Estación Central de Brasil, que muestra la realidad de una forma quizás demasiado frenética en momentos puntuales pero muy preocupada por el realismo – tanto que, como sucedía en la película boliviana, hay multitud de personajes que están interpretados por actores no profesionales que básicamente se interpretan a si mismos como es el caso del interesante mafioso llamado Dois Mundos – y por ser fiel a la vida que el propio director tuvo ocasión de experimentar durante los tres meses que residió allí para empaparse del ambiente que retrata. Sin embargo, el problema principal de Cidade Baixa es, y perdónenme la franqueza, que está al límite de ser una película pornográfica. Entiéndanme, un servidor no tiene nada contra este género, del que de hecho me confieso bastante asiduo, pero es que la estructura de Cidade Baixa bien podría definirse como: una escena de sexo, pasa algo intrascendente, otra escena de sexo, pasan más cosas intrascendentes, más escenas de sexo con divertidas variantes… y así hasta el infinito, sin que la propuesta llegue nunca a interesar demasiado, tanto por lo previsible del argumento como por lo poco novedoso que aporta. En fin, que Alice Braga está buenísima, sin duda, pero poco más.
Por último, reseñar de forma muy breve – la película no merece mayor comentario – una nueva propuesta chilena, Mujeres Infieles, vista en la sección Rábida Largometrajes. Para lo único que me sirvió esta película fue para reafirmarme en algo que ya mencioné a propósito del comentario de la mucho más estimable La Sagrada Familia: Chile está atravesando un periodo que en cierta forma podría equipararse a los primeros años 80 en España, solo que en el caso de Mujeres Infieles, aquí la equiparación viene dada por el hecho de que, como nosotros por aquel entonces y un poco antes, los chilenos han descubierto el filón que supone hablar de sexo en sus películas – y mostrar abiertamente escenas de cama o desnudos, por gratuitos que puedan resultar - Mujeres Infieles parte de un hecho estadístico curioso (un estudio que afirma que el 62% de las esposas chilenas son o han sido alguna vez infieles a sus maridos) para construir una comedia disparatada que muestra un abanico de situaciones en las que estas infidelidades se llevan a cabo, con curiosas consecuencias que incluso pueden llegar a ser muy dramáticas. Chistes sobre vibradores, sobre la posibilidad de abrir un sex-shop en Santiago, una pareja de investigadores privados gays con una pluma de lo más evidente y algunas set pieces de un gusto bastante dudoso conforman una película flojísima en la que solo hay que destacar la breve presencia – imperativos de la co-producción – de la estimulante actriz española Lucía Jiménez en el papel de chilena emigrada a España y, por lo tanto, mucho más desinhibida en estas cuestiones que sus compañeras de reparto, y un bellezón impresionante que responde al nombre de Viviana Rodríguez (los fans de las telenovelas, que no es mi caso, puede que la recuerden de la serie Machos) que, lo confieso, fueron las dos únicas razones que impidieron que huyera despavorido de la sala. Y mira que hemos visto buen cine chileno en este festival, pero esta película debe ser la excepción que confirma la regla…

Mañana veré las dos últimas películas de la Sección Oficial del Festival – la argentina Dar de Nuevo y la colombiana El Trato – e intentaré enviarles mis preferencias sobre el palmarés que se leerá el sábado a las 13:00, aunque ya de antemano les aviso que la cosa este año va a estar de lo más complicada: como un servidor ve muchas películas sentado cerca de los miembros del Jurado, puedo asegurarles que no parece haber una clara favorita que haya gozado del consenso general – cosa que se corresponde con mi opinión, por cierto – como pasó el año pasado con Whisky, por lo que entre eso y la lógica diversidad de las personas que forman el Jurado (mañana si puedo les hablaré un poco de ellos) la cosa se presenta de lo más incierto y abierto.

jueves, noviembre 24, 2005

HUELVA, Crónica 4: Alma Mater, Conejo en la Luna, Los Suicidas

Huelva, Crónica 4. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.

- La idea era aunar lo femenino, la asunción de la maternidad con la religión. No me importaba lo patético, lo ridículo o lo absurdo que pudiera parecer este viaje. Había que estar ahí con ese personaje y acompañarlo en ese camino… Quise huir de todo tratamiento realista y así la película fue más quedando como una fábula, como una metáfora con predominio de los elementos fantásticos… No tuve prejuicios a la hora de fundir códigos de distintos géneros, buscaba apelar a cosas que ocurren en el Uruguay de hoy e incomodar un poco…

Álvaro Buela, director de la película uruguaya de la Sección Oficial Alma Mater que habíamos visto a primera hora de la mañana seguía dando sus explicaciones. La rueda de prensa no había hecho sino comenzar y el ambiente parecía algo frío. Uno diría que reinaba en el ambiente esa extraña sensación que se produce cuando una película, no se sabe si por falta de habilidad del director o por incapacidad de sus espectadores, no ha sido muy bien comprendida. O cuando, directamente, muchos pensaban que se trataba de una película fallida y nadie lo decía en voz alta…

- Nos arriesgamos a hacer la película que siempre quisimos hacer, aun sabiendo que era un proyecto difícil. En la película debe haber mucho cine inconsciente. Yo soy un gran admirador del cine de Raoul Ruiz, cuyas películas a veces se mueven por impulsos escondidos que no adivinamos del todo. A la hora de hacer Alma Mater, yo me abstraje y dejé que ese, digamos, gran magma cinéfilo y literario, saliera por si solo…

Lo que si parecía estar claro es que Álvaro Buela, muy educado y dispuesto a defender su filme y con respuestas para todo, parecía encantado de que la película provocara reacciones de algún tipo, incluso adversas.

- Lo que sí es cierto es que, tras su estreno en Uruguay, hubo mucha gente a la que la película le impactó, llegando a identificarse incluso peligrosamente con ella. También hubo quien la detestó, claro. Aunque nadie me dijo a la cara “Tu película me parece una porquería”

En fin. A un servidor si que no le había gustado nada Alma Mater y así se lo hice saber al director en privado cuando tuve oportunidad de coincidir con él en la Sala de Prensa – donde por cierto se enteró, leyendo sus mails, que la película era una de las siete preseleccionadas para el Goya a la Mejor Película de Habla Inglesa, lo que indica que el tema premios no debe interesarle demasiado, o más bien que no se lo esperaba – y la verdad es que reaccionó de una forma muy comprensiva, incluso agradeciendo la sinceridad cuando le di mis motivos. Y el caso es que a Alma Mater no le faltan elementos interesantes. Cuenta la historia de Pamela, una mujer pequeña, tímida, retraída y muy religiosa que trabaja en un supermercado y lleva una existencia de lo más gris: va periódicamente a una extraña iglesia – Iglesia de las Heridas de Jesucristo, inventada para el filme – que más parece una secta dirigida por un iluminado predicador, visita de cuando en cuando a su madre autista y vive con una señora a quien le ha alquilado una habitación. Por supuesto, nada de hombres en su vida – de hecho, es virgen – y mínimas relaciones sociales. Una vida anodina, anónima, sin brillo alguno, magistralmente interpretada por la actriz Roxana Blanco, irreconocible, que hace un trabajo soberbio. Pero un día eso cambia por completo. Pamela empieza a sufrir extrañas visiones que le anuncian un destino distinto. Un cliente misterioso, un símbolo místico que la obsesiona, códigos de barras, sueños extraños… Se diría que Pamela no es capaz de discernir del todo bien entre la realidad y la imaginación, pero ella se convence de que esas señales – algunas dignas de un delirio propio de David Lynch en plena resaca - tienen un origen divino. O algo así.

El caso es que Pamela conoce a un travesti que se convierte en su mejor amiga y que le ayuda a cambiar de vida. Pamela está convencida de que el Salvador va a llegar a través de ella y que debe encontrar un padre para su futuro hijo. Así que cuanto más mística se pone Pamela, más terrenal y normal – dentro de lo que cabe – se vuelve a un tiempo. La película tiene un claro afán de perturbar al espectador y a fe que lo consigue con un bombardeo casi constante de imágenes oníricas y surrealistas que, en mi opinión, no casan del todo bien con la, digámoslo así, vertiente más realista de la historia, que no es sino la transformación, el viaje interior de Pamela, de la que nunca sabes si es que realmente está perturbada – muy bien de la azotea no está, pero como el director juega con la percepción de las cosas, el espectador bien puede razonar que estamos ante toda una mística, ya que no en vano el director se documentó para la película en personajes tipo Santa Teresa de Jesús – o es que está en pleno proceso de autodescubrimiento. O posiblemente ambas cosas. El caso es que más allá de la estupenda interpretación de Roxana Blanco y del excelente travesti de buen corazón que incorpora Nicolás Becerra – mejores piernas que muchas, oiga –, de algún que otro momento de humor afortunado o alguna secuencia particularmente inquietante – el plano de la gente meciéndose en esa Iglesia al ritmo de la hipnótica voz de su predicador es terrorífico – que denuncia lo que está pasando en el Uruguay de hoy en ese terreno, Alma Mater es una película a la que un servidor no consiguió verle el atractivo y en la que nunca pude entrar del todo. Puede que Álvaro Buela tenga razón en que haya tratado de hacer una película que no genera comentarios directos y que cada espectador ha de hacer su proceso interno posterior respecto a ella. Pero en honor a la verdad he de decir que los comentarios que yo escuché de la prensa a la salida de la sala eran bastante directos. Y algunos irreproducibles.

Hay pocas cosas que consigan cabrearme más en un cine que una película que me está interesando, que me parece bien hecha, que consigue captar mi atención por completo y que tiene trazas de convertirse en una obra grande se venga estrepitosamente abajo en el tramo final por un guión desastroso que es capaz de cargarse de un plumazo toda la credibilidad que trabajosamente se ha venido construyendo a lo largo de la primera hora de película. Al final hace que tengas un pésimo concepto de una película que, fríamente considerada, posiblemente sea mucho más estimable que lo que tu calentón final te haya hecho pensar sobre ella. Ya se sabe: los mayores odios surgen de los más pasionales amores. Pues eso exactamente es lo que me pasó con la producción mejicana Conejo en la Luna, un thriller político valiente y bien construido que me tuvo pegado literalmente al asiento durante la primera hora de metraje y me desesperó por completo en su parte final. Conejo en la Luna es una película que, como Traffic o más recientemente El Fuego de la Venganza, denuncia la corrupción generalizada que pese a los cambios prometidos por el gobierno de Fox sigue instalada en todo tipo de órganos de poder del país mejicano. La diferencia es que ahora, en lugar de ser Hollywood quien se inventa un México más o menos artificial, es un director mexicano el que, con dos cojones y un palito, lo hace a las claras, sin dar ningún tipo de nombres – faltaría más – pero dejando claro que su película de ficción se inspira claramente en una realidad de la que todo el mundo es más que consciente pero que nadie admite abiertamente. Y es que México sigue siendo un país en el que conceptos como el Estado de Derecho o la Justicia siguen estando en entredicho.

Conejo en La Luna cuenta la historia de una pareja formada por Antonio, un diseñador gráfico mexicano y Julie, una inglesa casada con él, que tienen una hijita de cuatro meses y compran un terreno que parece ser una gran oportunidad para construirse la casa con la que han soñado. Pero el tipo que les ha vendido dicho terreno está metido de lleno en una conspiración política al más alto nivel que acaba con la vida de un poderoso político. El nombre de Antonio sale a relucir como posible cerebro del atentado y éste, sabiendo como se las gasta en su país la policía judicial, huye de México en dirección a Londres bajo una identidad falsa que le proporciona un amigo. Pero su esposa y su bebé quedan atrás y son retenidos de manera ilegal en una cárcel clandestina. Son rehenes, peones en un juego mucho más importante que ellos, atrapados en una tela de araña creada desde los más altos cargos del Ministerio del interior para enmascaras una muy lucrativa operación de blanqueo de dinero. La película se divide a partir de ese momento entre la angustia de Antonio atrapado en Londres y el sufrimiento de esa esposa encerrada y torturada de forma despiadada por sus captores, que no dudan en amenazar su vida y la del bebé para conseguir su cooperación, al mismo tiempo que asistimos a las evoluciones del policía corrupto encargado del caso, el subcomisario Ramirez en sus intentos de atar los múltiples cabos sueltos.

Durante algo más de una hora, la película funciona de maravilla en todos los sentidos: un guión valiente y bien engarzado, unos actores convincentes – especial mención a Bruno Bilchir en el papel de Antonio y Jesús Ochoa, todo un doble mejicano del actor español Paco Maestre, que lo hace de maravilla en el papel de Ramírez – y una dirección trepidante que atrapa al espectador sin mayores armas que una muy sólida estructura narrativa y un argumento lleno de interés con personajes cuyo destino te importa, de la misma forma que lo hacían aquellos thrillers políticos que Sydney Pollack y compañía dirigían en el cine norteamericano de los 70 y que hoy en día parecen imposibles de recuperar. El realizador Jorge Ramirez Suarez (ojo a este nombre, que ya tiene dos proyectos para realizar en Hollywood y el primero de ellos, llamado The Line, abordará el tema de la inmigración ilegal de Mexico a USA desde las perspectivas de los dos países) dice que su película no es una obra de denuncia (“Eso lo hace Michael Moore en Fahrenheit 9/11 y no Conejo en la Luna”) pero su terrible visión sobre las autoridades de su país no puede ser más contundente – aunque, como suele decirse, con el rollo sexual de algunos de sus personajes y el nivel político de algunos de los implicados “se pasa tres pueblos” – y buena prueba de ello es que, si bien la película no ha sufrido intentos de censura en Mexico – el gobierno parece haber aprendido de pasados errores cometidos con La Ley de Herodes o El Crimen del Padre Amaro – el director fue algo así como llamado a capitulo una semana antes del estreno del filme en su país, para que dejara claro que esa es su película de ficción y que ni el Ministro del interior ni el Embajador mexicano en Londres andan por ahí ordenando secuestrar ilegalmente ni asesinar a la gente, ni se dedican a blanquear dinero alegremente. Con todo, es una verdadera lástima que a partir de un momento puntual de la película, haya en opinión del que escribe estas líneas un par de situaciones literalmente increíbles – es decir, imposibles de aceptar según el comportamiento de los personajes implicados y las situaciones descritas hasta ese momento – que se cargan la credibilidad de la película por completo, de un modo que resulta hasta doloroso. Es una de esas obras de las que sales pensando “Pero ¿por qué? ¿Por qué esto?”.
Con todo, hay que decir que Conejo en la Luna es una película interesante no solo porque, prácticamente por vez primera en la historia de la cinematografía de aquel país, la corrupción se afronta desde una perspectiva seria y generalizada, y no banalizada en forma de comedias o ridiculizada con el policía de a pie en busca de su mordida. Y eso ha debido levantar algunas ampollas en ese país, cuya imagen contrapuesta a la de Inglaterra en la película – dejemos aparte el papel que juegan los bancos europeos en los procesos de blanqueo de dinero, tema que también se aborda de frente en el filme – deja a México en una posición bastante lamentable. Y sí, habrá quien diga que es ficción y que está exagerado, etc… Pero luego uno agarra un periódico y se entera de que los hijos de la actual mujer de Fox se han hecho en apenas unos años de una considerable fortuna o de los tejemanejes de los miembros de la familia Salinas de Gortari y se pregunta si la película no se habrá quedado corta.

Para terminar la tarde, me aventuré en la sección paralela con una interesante película argentina, Los Suicidas, segunda película del crítico cinematográfico de la revista de cine El Amante Juan Villegas. Los Suicidas cuenta la historia de Daniel (Daniel Hendler, el protagonista de Esperando el Mesías o El Abrazo Partido) un periodista un tanto apático, encerrado en sí mismo y obsesionado con el tema del suicidio desde que su padre se quitó la vida a la edad que él está ahora a punto de cumplir, treinta años. En su periódico le encargan que se ocupe de una investigación a partir de la foto de un muerto, quizás un presunto suicida, del que no tienen más datos que la foto. Le asignan como fotógrafa a Marcela (fascinante Leonora Balcarce) una joven esquiva, muy reservada y poco simpática con la que no se lleva demasiado bien. La colaboración profesional entre ambos va dando lugar a un lento pero seguro proceso de fascinación mutua y Daniel, que siempre ha tenido muchos problemas para comprometerse en sus relaciones – sobre todo porque las mujeres tienen esa molesta tendencia a enamorarse de él y reclamarle en consecuencia -, comienza a descubrirse muy atraído por esa mujer callada que no le cuestiona y que parece aceptarle tal cual es. Los Suicidas es una película decididamente fría. Tanto que los ramalazos de emoción que raramente surgen de la pantalla destacan mucho en medio de ese ambiente de sentimientos congelados voluntariamente por sus personajes. Es una película de desarrollo lento, mortecino, que trata así de reflejar – y lo consigue – el aislamiento emocional de la pareja protagonista, aun a costa de correr el riesgo de dejar igualmente helados en el proceso a los espectadores. Desde ese punto de vista podría decirse que es una producción argentina muy atípica, más cercana a los universos cerrados y casi silenciosos que a veces se dan en el cine europeo que al habitual despliegue verbal y de sentimientos del que a menudo hacen gala las películas argentinas. A más de uno presente en la sala la película no consiguió interesarle lo más mínimo. No fue mi caso y he de decir que, aun estando en la sección paralela, Los Suicidas me interesó bastante más, pese a su más que previsible desenlace, que muchos de los filmes de la Sección Oficial. Sea porque me pareció un misterio de lo más irresistible el magnético personaje de Leonora Balcarce, sea porque Daniel Hendler está tan bien como acostumbra en un rol algo más hierático de lo que es habitual en él o sea porque el delicado tema planteado por la película me parece algo del todo punto inusual, el caso es que Los Suicidas y su extraña historia de amor surgida a partes iguales del dolor, la soledad y la necesidad consiguió captar mi atención y hacerme pensar que puede que estemos ante un cineasta personal con algunas cosas que decir en el futuro. Quedan dos días de Festival y cuatro películas de Sección Oficial. Seguiremos informando de estas y otras desde una Huelva donde hoy, al fin, luce el sol como se merece. Hasta mañana.

miércoles, noviembre 23, 2005

HUELVA, Crónica 3: Mi Mejor Enemigo, La Última Luna, La Sagrada Familia

Huelva, Crónica 3. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.

Cuando uno tiene ya en esto del cine un cierto bagaje (o sea, que ha visto a lo largo de su vida una considerable cantidad de películas) y sobre todo, cuando lleva algo así como tres festivales consecutivos, a veces puede tener cierta sensación de déjà vu en la proyección de algunas películas. A este cronista le pasó algo por el estilo con Mi Mejor Enemigo, primera de las tres producciones chilenas que tenía previstas en la jornada del martes 22. Esta flamante preseleccionada al Goya a la Mejor Película de Habla No Inglesa se ambienta en diciembre de 1978, en la Patagonia, esa inmensa planicie que comparten Chile y Argentina a lo largo de miles de kilómetros. En esas fechas la tensión entre ambos países – gobernados, no conviene olvidarlo, por dos feroces y sangrientas dictaduras – crece hasta tal punto que se teme un enfrentamiento armado con la excusa de la reivindicación sobre tres islas pequeñas y casi despobladas (casi como Perejil, para entendernos) que están en disputa. En este panorama, a una patrulla chilena se le manda internarse en la pampa para delimitar la difusa frontera entre ambos países – la última referencia que se tiene sobre el particular es una alambrada ¡de 1904! – con tan mala suerte que acaban rompiendo la brújula y perdiéndose en medio de un paraje infinito donde es imposible encontrar puntos de referencia. Se les ordena esperar al rescate, cavar una trinchera en mitad de la nada y aguantar la posición. La larga espera se ve interrumpida… por una patrulla argentina que parece encontrarse en una situación más o menos similar. Sin la más mínima idea de dónde se encuentra la frontera y a la espera de que se les comunique el comienzo inminente de la guerra, la soledad de ese paraje en medio de ninguna parte provoca, de forma inevitable, que la tensión entre ambos bandos derive en una frágil confraternización entre enemigos, siempre condicionada por el fuerte sentido del deber y de la patria que tienen los soldados.

La historia no es nueva: este mismo año se estrenó en nuestras pantallas una producción venezolana, Punto y Raya, presente el pasado año en Huelva, en la que se narraba la relación entre un soldado colombiano y otro venezolano en la absurda tensión entre ambos países, que delimitan con esos puntos y rayas fronteras que en los parajes naturales no existen pero que están ahí, en algún sitio, y que hay que defender hasta más allá de la lógica. En la Seminci, la película de clausura Feliz Navidad, que se llevó el premio Fipresci, se basaba en hechos reales de confraternización entre franceses, escoceses y alemanes durante la I Guerra Mundial para conformar una visión de la guerra propia del gran Gila en la que el surrealismo y el absurdo campaban por doquier. Mi Mejor Enemigo tiene bastantes puntos en común con ambas películas, pero tiene la ventaja de una realización elegante y por momentos brillante que hace un buen uso de los hermosos aunque desolados parajes de la pampa para mostrar el abandono en el que se hayan los integrantes de esa patrulla – el estupendo plano con grúa que muestra a los soldados internándose en un paraje inmenso con un destino improbable – y se apoya en un excelente grupo de actores que consiguen con unas pocas pinceladas modelar a sus personajes hasta hacerlos creíbles y en un guión en el que no faltan multitud de recursos para mostrar el absurdo al que puede llegarse en una situación de esas características – brillante es la escena en la que ambos bandos se inventan una forma de delimitar una frontera ficticia que les ayude a resolver su peculiar status quo – sin descuidar nunca la tragedia que en cualquier guerra, por estúpida que sea, acecha a la vuelta de la esquina. El director Alex Bowen (que no ha podido venir a Huelva porque Iberia le dejó tirado en Santiago de Chile al cancelar su vuelo, todo un fastidio) cuenta en las notas de producción que el proyecto de esta su segunda película nació en Punta Arenas, la ciudad más al sur de Chile, una zona donde aun existen campos minados, trincheras y restos de una guerra que estuvo a punto de desatarse entre ambos países y que solo evitó una mediación papal. La historia le interesó tanto que puso un anuncio en un periódico y comenzó a entrevistarse con soldados de ambos países que participaron en aquel conflicto y que aportaron sus dramas y anécdotas que luego dieron forma a una película que, de momento, es la película de la Sección Oficial que más me ha convencido, pese a la ya referida sensación de déjà vu, cierta tardanza en arrancar y a los problemas de distribución que puede tener – aun no tiene fecha de estreno en España – por la coincidencia con la película francesa que cerró la Seminci. La cosa está cada vez más complicada para encontrar un hueco para estas producciones.

La Última Luna posiblemente sea la película más sorprendente que hemos tenido ocasión de ver hasta el momento en el Festival. Miguel Littin, veterano y combativo director chileno autor de obras como La Tierra Prometida, Actas de Marusia, Alsino y el Cóndor – estas dos últimas nominadas al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa en el 77 y el 82 respectivamente – La Tierra prometida o la gran Acta General de Chile, ha seguido un camino muy parecido al del italiano Saverio Constanzo con Domicilio Privado y nos ha presentado en La Última Luna una muy particular visión del inacabable conflicto palestino basándose en su propia experiencia familiar. Verán ustedes: el abuelo de Miguel Littin, nació en Beit Sajour, el villorrio palestino que se muestra en la película, durante la época de dominación turca, allá por 1914. En 1916, los ingleses expulsaron a los turcos y facilitaron las primeros kibutz o campos de trabajo judíos que, con el tiempo y otra guerra mundial de por medio, darían lugar al actual estado de Israel. Fue entonces, al empezar los conflictos tras el 16, cuando el abuelo de Littin fue enviado a Chile, donde tendría su propia familia.

Pues bien, La Última Luna se ambienta precisamente en esa época confusa que va desde el 1914 hasta 1917 aproximadamente y cuenta la historia de amistad entre un palestino cristiano – hecho del que tardas en darte cuenta: desde nuestra mentalidad occidental, el simple hecho de que sea palestino y vista como árabe nos hace inmediatamente asumir que es musulmán, cuando en realidad es cristiano – y uno de esos pioneros judíos, Jacob, que le compra un terreno y se construye allí una casa con su ayuda. Ninguno de los dos sabe lo que les depara el futuro: esta difícil amistad entre un palestino cristiano pobre y un judío con deseos de establecerse choca frontalmente primero con los esfuerzos del hermano del primero– éste sí, musulmán - por liberarse de los turcos y con la incomprensión posterior de los vecinos, que ven en esos judíos que quieren establecerse en su Tierra prometida como una amenaza, amenaza que finalmente será consumada con el beneplácito de los ingleses cuando los judíos, con más recursos y mejor organizados, empiecen a tomar por la fuerza los territorios que siempre han pertenecido a los palestinos, sentando las bases del futuro estado de Israel.

La película de Littin es sumamente inteligente: plantea un fresco de una época y unas costumbres que nos son completamente desconocidas y, con sus propias lenguas – la película está rodada en Israel, interpretada por actores palestinos, judíos y chilenos y hablada por completo en árabe y hebreo con los inevitables subtítulos – nos muestra las raíces más antiguas de un conflicto que es incluso anterior a la creación del Estado de Israel por las Naciones Unidas. Por el pueblo de Soliman, el protagonista – interpretado por un debutante, Ayman Alzulof, que recuerda un poco físicamente a Adrien Brody y que la verdad es que no lo hace nada mal – pasan desde una bella pero implacable refugiada judía que huye de la persecución, sacerdotes cristianos griegos, palestinos cristianos y musulmanes y dominadores otomanos, un crisol de culturas poderoso y bien diferenciado que rara vez se mezcla (la mayor parte o son víctimas o son verdugos en uno u otro momento) y que tratan de salir adelante como pueden. Algunos toman la decisión de mandar a sus hijos en pos de una vida mejor en lo desconocido – en este caso, Chile, como le sucedió al abuelo real de Littin, cuya peripecia está en la película y que actúa como narrador en off en varios momentos – y otros aguantan el paso de los distintos invasores sobreviviendo como pueden. Y en medio de todo esto, una relación de amistad y colaboración condenada al desastre por los acontecimientos, que acabarán creando simas profundas capaces de socavar para siempre la confianza y las bases de dicha amistad, por sólidas que parezcan.
La Última Luna es una película árida, desoladora, rodada con un formato casi documental y, aunque a ratos tenga cierto aire de culebrón, capaz de transmitir la tragedia de un territorio y de aquellos que los habitan, obligados a un enfrentamiento perpetuo por razones que vienen de antiguo y que superan los deseos presentes. Hubiera sido muy interesante contar en Huelva con el propio Littin para que nos explicara más cosas acerca de esta película que uno adivina como una suerte de catarsis personal con ese pasado tan cercano a la vida del director que tenía que ser contado. Es cierto que La Última Luna sufre de una dirección un tanto desmadejada en su tramo final, en la que la catarata de acontecimientos hace que el ritmo habitualmente tranquilo de la película se precipite en una sucesión de frenéticos sucesos no del todo bien explicados. Pero hay que reconocerle a Littin que consigue plenamente su objetivo de hacer más accesibles las raíces más antiguas de un conflicto con trazas de perpetuarse en el tiempo. Tanto es así que los rótulos finales nos explican que apenas dos meses después de terminar un más que accidentado rodaje – con la producción lista para empezar, el rodaje hubo de retrasarse hasta el final de la Guerra de Irak y, una vez metidos en faena, el rodaje fue interrumpido frecuentemente por revisiones militares que obligaron a algunos cambios abruptos de localización – se dio la paradoja de que en el mismo lugar donde se rodó la mayor parte de la película, Israel comenzó a construir ese vergonzoso muro que separa a palestinos de judíos. Y es que la realidad a menudo se impone a la ficción, por dura que ésta pueda parecernos.

Para finalizar el viaje cinematográfico por el país andino, la tarde me proporcionó en la sección paralela la película La Sagrada Familia, una historia ambientada en las vacaciones de Semana Santa en la que una familia acomodada recibe en su casa de la playa la visita de la nueva novia de su único hijo, una joven bastante inquietante y perturbadora que, a base de crear una enorme tensión sexual dará lugar a una especie de cataclismo emocional en esa familia preocupada por mantener las apariencias pero cuyo mundo es mucho menos sólido de lo que aparenta. Por allí, en los alrededores, circulan también otros personajes: una joven que ha hecho un extraño voto de silencio y una pareja de universitarios formada por un homosexual y un joven que aun no tiene asumida dicha condición, que tienen poco peso en la historia. Lo primero que viene a la mente cuando uno ve esta película es que la nueva generación de cineastas chilenos debe estar estudiando en los mismos sitios o bebiendo de los mismos referentes: La Sagrada Familia, rodada en video digital ensanchado luego a 35 mm, tiene una factura visual que recuerda enormemente a En La Cama, la película del joven Matías Bizé que acaba de ganar la Espiga de Oro en la pasada edición de la Seminci, si bien esta ópera prima de Sebastián Campos – un realizador que viene del campo del video clip y de la televisión – es incluso más mareante y está aun menos preocupada (lo que ya es decir) por unas mínimas normas de la narración cinematográfica. Su referente más cercano, si acaso, podría estar en el movimiento Dogma, tanto por el drama familiar encubierto que presenta como la forma en la que la cámara digital se mantiene siempre muy cercana al rostro de sus actores mientras estos interactúan, obligando al espectador a seguir muy de cerca – demasiado incluso para mi gusto: es evidente que aun se subestima lo que ocurre cuando una película filmada en digital pasa a un formato como el de 35 mm, que delata mucho más las flaquezas formales de la película – las evoluciones de los mismos.

La Sagrada Familia es una película en la que cuesta entrar más por su puesta en imágenes que por la historia que cuenta, pero tiene la gran virtud de poseer un sentido del humor irónico, soterrado y algo cargado de mala leche que mira con un ojo ciertamente crítico algunas de las hipocresías más habituales de la sociedad chilena – que, no lo olvidemos, en cierto sentido, está en un momento social que equivale a la España de principios de los ochenta – y más concretamente de la institución familiar, obviamente más en crisis de lo que quieren reconocer. Mejora mucho en su tramo final, cuando la actitud de la provocadora novia desata una reacción impensada en su novio francamente divertida que ayuda mucho en el balance final de una peliculita que no es que sea ninguna maravilla – muy al contrario, su primera hora puede poner algo de los nervios – pero que me parece un interesante acercamiento a cierta mentalidad propia y actual de este país que está en plena fase de crecimiento y redescubrimiento tras la negra noche de la dictadura y su apertura a una nueva etapa.

Mañana dejaremos de una vez las crónicas temáticas por países (Cuba, Brasil, Chile) y mezclaremos un poco más las películas con la uruguaya Alma Mater – otra de las preseleccionadas para el Goya – la mejicana Conejo en la Luna y alguna propuesta argentina de la sección paralela. Con el paso del fin de semana, el festival ha perdido la presencia de actores de renombre, pero aun es relativamente sencillo toparse con un Sancho Gracia pletórico con su homenaje en forma de libro – por cierto, ayer visitó el centro penitenciario donde este festival pasa todos los años algunas de sus películas en una propuesta más que loable – y por supuesto con los miembros del Jurado… pero de estos y sus curiosas costumbres ya les hablo otro día, o mejor cuando el Festival termine.

HUELVA, Crónica 2: Quase Dois Irmaos, Espejo Mágico, Coisa Mais Linda

Huelva, Crónica 2. Cobertura del 31 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.

El Festival Iberoamericano fala portugues a saco…

Parece como si los organizadores del Festival Iberoamericano hubieran decidido este año juguetear un poco con las películas tanto de la Sección Oficial como de las secciones paralelas – Rábida Largometrajes, documentales, cine y emigración, etc. – de tal forma que uno pueda verse tres o cuatro películas en una sola jornada sin cambiar de país, temática o idioma. Este Festival que comunica ambos lados del Atlántico siempre ha tenido una puerta abierta al cine que no se hace en castellano en Iberoamerica y este año eso se nota de una forma especial, tanto por el homenaje que recibió Manoel de Oliveira en la gala inaugural como por el muy interesante ciclo dedicado al cine brasileiro. La jornada de hoy lunes ha estado marcada precisamente por esas cinematografías.

La primera parada del día fue Quase Dois Irmaos, producción brasileña dirigida por Lucía Murat, una realizadora con amplia experiencia en el campo televisivo y documental cuyos anteriores largometrajes (Doces Poderes, Brava Gente Brasileira) no se han estrenado en nuestro país que yo sepa. Quase Dois Irmaos es una propuesta ambiciosa: tiene una estructura fragmentada compuesta por hasta cuatro momentos temporales distintos que en la primera hora de película se superponen sin mucho orden aparente. La idea central de la película es establecer un fresco de los últimos 50 años de la historia del país a través de la relación que se establece entre dos hombres de procedencias sociales muy distintas unidos por dos cosas: su común pasión por la música, imbuida a través de la relación de sus respectivos padres, y por pasar una larga temporada encerrados entre rejas en la cárcel de Isla Grande, uno como preso común y otro como preso político en la turbulenta época de los años 70, en plena dictadura, que no reconocía la existencia de estos presos políticos como tales y obligaba a unos y otros a someterse a la Ley de Seguridad Nacional y, por lo tanto, a compartir el mismo destino en la misma penitenciaría. Miguel es el preso político, en la actualidad convertido en un importante diputado que aun sueña con conseguir mejorar las duras condiciones de vida de las favelas con proyectos de tipo cultural que ayuden a encaminar a los jóvenes y a apartarlos de las calles y de la delincuencia. Jorge es el niño que nunca salió de esas favelas donde nació. Convertido en un delincuente habitual que ha pasado mucho más tiempo de su vida en la cárcel que fuera de ella, pero que aun desde allí gobierna con mano de hierro y a través de un imperio del terror el tráfico de drogas y la vida cotidiana de la favela.

Lo interesante de la película está en la difícil relación de amistad que surge entre dos hombres que vienen de mundos completamente diferentes y cuyos medios para conseguir lo que quieren difieren en la misma medida. Miguel es un idealista asambleario, un izquierdista típico que consigue democratizar la vida interna de la cárcel donde pasa la década de los 70 mientras los pesos políticos son mayoría y que ve amenazado su estatus según crecen los presos comunes en la prisión. Jorge conoce el lenguaje de la calle, la violencia como método habitual y aunque comprende la forma de pensar de Miguel, sabe que éste no vive en la misma realidad que él. El problema de Quase Dois Irmaos – además de una dirección caótica en la primera hora de película que te lleva de un modo harto caprichoso de un momento temporal a otro sin una lógica aparente, lo que hace que cueste entrar en la película – es que la directora no encuentra las dosis exactas para mezclar con acierto un filme que es en su mayor parte un clásico del género carcelario que se atiene a sus reglas más básicas, pero que a la vez tiene evidentes pretensiones de cine político y que encima no duda en usar a su conveniencia el reciente éxito de Ciudad de Dios para, poniendo una absurda trama en el presente que relaciona a la rebelde hija adolescente del diputado con uno de los mafiosos que lideran la favela, jugar con el buen recuerdo del espectador de dicha película de forma un tanto vergonzosa. El resultado es un indigesto pastiche al que, aunque no le faltan momentos de interés, le sobra metraje y tramas secundarias hasta hacerse bastante aburrido, por no mencionar que el gusto de la directora por experimentar con las posibilidades que ofrece el formato digital y la manipulación de la fotografía de la película (¿Otro guiño a Ciudad de Dios?) acaban por colmar la paciencia del espectador, que sin duda hubiera agradecido algo más de concreción en la trama.

Ya dije hace unos días al respecto de las crónicas del Festival de cine Europeo de Sevilla que, aun reconociendo el enorme mérito que sin duda tiene que un señor que empezó su carrera en el cine mudo siga hoy, a sus 97 castañas, fabricando una película por año, el cine de Manoel de Oliveira suele aburrirme muchísimo, cuando no cargarme hasta la exasperación con sus interminables secuencias de planos fijos con personajes estáticos declamando unos diálogos tan literarios como forzados que, o son sumamente interesantes – cosa que raramente sucede – o provocan en mi aquel efecto que tan cachondamente describía Gene Hackman en la película de Arthur Penn a propósito de los filmes de Eric Rohmer, que desdeñaba con un contundente “Es como ver crecer la hierba”. Así que cuando me encuentro ante la tesitura de enfrentarme a uno de los filmes del maestro portugués – o sus imitadores, como me ocurrió en Sevilla con O Fatalista – suelo hacer siempre lo mismo: le doy media hora o así de tiempo para que consiga interesarme mínimamente. Cierto que, a diferencia de lo de Sevilla, en este Festival no hay otra opción a la que aferrarse por la mañana que no sean las películas de la Sección Oficial, pero aun con eso, pesaba en mi ánimo la sentencia que un compañero me había dado antes de entrar en la sala donde proyectaban Espejo Mágico:

- Por las crónicas de Venecia, es el Oliveira de siempre, y encima dura 137 minutos. Paso de verla, que es que me amarga la sala de cine para el resto del día…

La historia de Espejo Mágico, donde tiene una pequeña colaboración Marisa Paredes, está basada en la novela A Alma de los Ricos, de Agustina Bessa Luis y, por lo que pude leer en la sinopsis, va de algo así como ricos aburridos y devotos que esperan que un día se les aparezca la virgen (literalmente), expertos religiosos contratados que estudian la posibilidad de que eso ocurra, un preso condenado por un crimen que no cometió que acaba de salir de la cárcel y entra a servir en la mansión de dichos ricos, pianistas con soluciones extravagantes y falsificadores dispuestos a sacar tajada. Y de eso debe ir, porque un servidor no pasó la prueba del algodón y a la media hora de película, tras soportar un plano fijo de una conversación de doce minutos entre un preso de modales exquisitos que se expresaba mucho mejor de lo que un servidor lo hará jamás y un director de cárcel con venas poéticas cuya pasión consistía en cuidar cactus y que afirmaba que la belleza de un cactus en flor no se compara a nada en el mundo, arrojé la toalla y abandoné la sala cuando aun no habían pasado treinta minutos desde el inicio. Cuando se estrene en salas ustedes mismos, pero un servidor no está para aguantar semejantes ladrillos por muy de Manoel de Oliveira que sean. Y si luego va y gana algún premio, pues miren ustedes, eso que me he perdido. No, si conseguiré que me quiten el carnet de crítico de cine, ya lo he dicho en alguna ocasión.

En un Festival de Cine siempre se agradecen esos pequeños momentos de relax que suponen las películas desconocidas de las secciones paralelas, especialmente documentales de temática ligera o comedias procedentes de países de cuyas cinematografías apenas tenemos referencias que nos permiten relajar un poco la mente de la abundancia de trascendencia y de las desgarradoras emociones que proporcionan habitualmente las películas de la Sección oficial. Con tal ánimo, mi sesión de tarde tenía una cita que me apetecía de manera especial: el documental que sobre la Bossa Nova ha realizado uno de los miembros del Jurado, el veterano director brasileño Paulo Thiago y que lleva por sugestivo título “Coisa Mais Linda, Historia e casos da Bossa Nova”

La película de Thiago es un recorrido asombroso y plagado de anécdotas de esta música que uno identifica al instante con la imagen típica y tópica que tiene de Brasil a poco que escuche algunas notas de temas como La Chica de Ipanema o Insensatez. La verdad es que un servidor afrontaba este documental con la feliz ignorancia del que solo conoce de la bossa nova algunas composiciones inmortales de gente como Antonio Carlos Jobim o Joao Gilberto y, desde ese punto de vista, he de decir que me vi gratamente sorprendido. Thiago ha tenido la inteligencia de dejar que dos de los músicos aun vivos que asistieron y fueron parte del nacimiento de la bossa nova como movimiento musical (¿Sabían ustedes que la bossa nova nació a finales de los años 50 y por tanto no tiene ni medio siglo de existencia? ¿No? Pues yo tampoco lo sabía), los guitarristas Carlos Cyra y Jorge Menescal, nos lleven de la mano por un paseo alucinante por todos los lugares de Copacabana y la zona sur de Rio de Janeiro donde los hechos básicos tuvieron lugar, ya fuera el instituto de secundaria donde muchos de ellos se conocieron, las academias donde impartían sus nuevos conocimientos a los múltiples músicos interesados en el nuevo movimiento que desató una auténtica fiebre y que se enseñó en Brasil como los griegos impartían conocimiento en la antigüedad, con clases magistrales, los locales de los primeros conocimientos o los pisos francos donde muchos de ellos entraron en contacto por primera vez con otros músicos y comenzaron a colaborar componiendo, tocando e influyéndose unos a otros. Por supuesto, el documental no tiene solo un enfoque histórico, sino que se preocupa muy mucho de ofrecer a lo largo de sus más de dos horas de duración una serie de piezas y actuaciones absolutamente memorables a través de las cuales uno empieza a asomarse tímidamente a todo un mundo de sensaciones.

No le falta de nada al documental – si acaso, en la copia que nosotros vimos, la incomprensible decisión de subtitular en castellano los diálogos de los entrevistados y no hacer lo propio con las maravillosas canciones que se escuchan, sobre todo habida cuenta que gran parte del documental gira en torno a la importancia que para la bossa nova tenían y tienen esas letras llenas de lirismo y romanticismo que se esforzaban en acercarse con sencillez al habla normal del pueblo y, sin embargo, contenían una enorme sofisticación dentro de su aparente ligereza – y los que tengan la suerte de poder ver algún día este documental en alguna cadena de televisión o consiguiendo una copia del DVD (dudo que la película vaya a tener distribución comercial en nuestro país) vivirán una experiencia de la que saldrán con esa media sonrisa que deja en la cara las cosas simples pero hermosas, además de un master acelerado en genios de la bossa nova como los ya mencionados Jobim y Joao Gilberto, el poeta letrista Vinicius de Morais o los numerosos guitarristas, músicos y cantantes que aparecen en la pantalla. Ni que decir tiene que también sirve para darse cuenta de lo ignorante que uno puede llegar a ser en estas cuestiones musicales, comprender las relaciones de la bossa nova con otros movimientos musicales como la samba o el jazz americano – o la formación ultraclásica de algunas de sus figuras más relevantes, alguno de los cuales vivían obsesionados con Rachmaninoff, Debussy y gente por el estilo - y, no menos importante, aprender unas cuantas anécdotas de lo más divertidas, como esa en la que Jorge Menescal reflexiona sobre el porqué la mayor parte de los cantantes de bossa nova musitan sus letras en un tono muy suave, casi inaudible “Después de muchos años de pensarlo, he llegado a la conclusión de que la culpa la tienen las paredes. Nosotros nos reuníamos para tocar y cantar muy a menudo en pisos de amigos, pisos de edificios cuyas paredes no tenían más allá de unos cuantos centímetros de grosor. Si queríamos que el ensayo o el concierto o lo que fuera durara un poco, no teníamos otra opción que cantar muy bajito para no molestar a los vecinos. Y así se quedó una de las marcas más reconocibles de la bossa nova” Toma ya descoloque. En fin, de lo más recomendable para melómanos varios.

Y hasta aquí, de momento, la parte no castellana del festival. Mañana martes continuaremos viaje por América Latina con parada y fonda en Chile, un país que parece haber tomado el relevo de Argentina en lo que se refiere a efervescencia de sus producciones en el mercado internacional y del que salió, sin ir más lejos, la última ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci, En la Cama. Dos películas a concurso en la Sección Oficial, Mi Mejor Enemigo y La Última Luna, más otra en la sección paralela llamada La Sagrada Familia, de las cuales les daremos buena cuenta mañana, huevones.

lunes, noviembre 21, 2005

HUELVA, Crónica 1: Agua Con Sal, Barrio Cuba y El Mamut Siberiano

Huelva, Crónica 1. Cobertura del 35 Festival de Cine Iberoamericano para La Butaca.Net. David Garrido Bazán. Todos los Derechos Reservados.

- La verdad es que con imágenes como ésta, la crónica se escribe sola…

No pude reprimir el comentario. Y es que una cosa muy distinta es asumir que, a sus 97 años, el ínclito Manoel de Oliveira siga teniendo la vitalidad suficiente como para hacer una película por año, y otra francamente distinta era verlo bailar sevillanas con una buena moza que posiblemente era más de medio siglo más joven que él en plena recepción en el Ayuntamiento de Huelva. Era para alucinar. Alucinaban hasta los del coro rociero que en vivo y indirecto nos amenizaban la comida, y más de uno dejó de lado (por un instante, no se vayan a creer) la copita de fino y la tapita de jamón serrano para asistir al espectáculo.

Llegué a Huelva con un día de retraso. El festival se había inaugurado el sábado con una gala de apertura transmitida por televisión a la que siguió la proyección de un documental, El Nacimiento de una Pasión, que narraba los orígenes del fútbol. La cosa tenía su coña, porque entre la disyuntiva de asistir a dicho evento o ver en directo en el mismo horario todo un R. Madrid – Barça, pues los más futboleros elegimos, obviamente, lo segundo. Así pues el domingo se amontonó un buen puñado de acreditados de prensa que habían llegado con retraso en los pases de tarde de las primeras películas de la Sección Oficial, bastante repletos de público.

El domingo estaba, al parecer, dedicado a Cuba – aunque oficialmente el país invitado al Festival es Brasil, que dispone de una sección propia donde podrá verse una muestra de su cinematografía más actual – si bien la primera película de la Sección Oficial era una producción española, Agua Con Sal. Pedro Perez Rosado, un director y productor de amplia experiencia en el campo documental, que ya nos presentó en su momento Cuentos de la Guerra Saharaui, no tuvo que mirar muy lejos para encontrar esta historia de amistad entre mujeres e inmigración. Básicamente, al otro lado de su cama, porque la guionista de esta historia es su propia esposa, la cubana Lilian Rosado González, que, por lo visto en la película, sabe bastante bien de lo que habla. Agua con Sal es la historia de Olga, una joven cubana que llega a España gracias a una beca de tres meses y está más que decidida a quedarse en nuestro país, aunque sea sin papeles y de forma ilegal, con el fin de buscar un sustento para el hijo pequeño que dejó en su Cuba. Mari Jo es una joven valenciana un tanto zarandeada por la vida y por una familia problemática, con una hermana en la cárcel por parricida a la que no piensa dejar sola y que, para salir adelante, trabaja de forma ilegal en la misma fábrica de muebles donde acaba de entrar Olga y redondea sus ingresos ejerciendo ocasionalmente la prostitución. Olga tiene ese carácter luchador propio de las supervivientes acostumbradas a lo que sea para salir adelante, pero no ha perdido su ilusión por vivir y su carácter dulce. Mari Jo, en cambio, es fiera y de trato bastante desagradable, no confía en las extranjeras y vive siempre amargada. La amistad entre ambas no será fácil al principio, pero la necesidad hará que ambas se acerquen la una a la otra. Alguno que esté leyendo estas líneas ya habrá sacado sus conclusiones: esta película tiene demasiados puntos en contacto con Princesas de Fernando León. Y es verdad, aunque el acercamiento de Pedro Pérez al tema es radicalmente distinto a ese lirismo lleno de puntos de fuga de la realidad que tanto gusta al director de Los Lunes al Sol. De hecho, su planteamiento está casi más cercano al de Rosetta de los implacables hermanos Dardenne, sobre todo en la minuciosa descripción de ese ambiente laboral ilegal y que no concede derecho alguno y en la lucha despiadada que estas mujeres ilegales mantienen por mejorar unas condiciones de vida deplorables. Agua con Sal es una película correcta, cuyo mensaje no por sabido resulta menos interesante y cuyo punto fuerte es una estupenda interpretación a cargo de su protagonista principal, la cubana Yoima Valdés ¿Se acuerdan ustedes de aquella escena de 800 Balas en la que una prostituta cubana le enseñaba al chaval protagonista como se debían acariciar los pechos de una mujer? Pues ese bellezón resulta que además de ser una mujer preciosa – en persona aun mucho más, se lo aseguro, que he tenido ocasión de comprobarlo, aunque nunca se separaba mucho de su esposo, el actor cubano Vladimir Cruz, con el que forma una pareja de guapos tremenda – demuestra en esta película que sabe actuar de maravilla y emociona con un personaje sólido cuya trayectoria en España, más llena de sinsabores que de alegrías, compartimos. Por el contrario, tuve la sensación de que Leire Berrocal, que interpreta a Mari Jo, resultaba un tanto forzada en su composición, sobre todo en el tramo inicial de la película, aunque es verdad que su personaje evoluciona hacia algo bien distinto según avanza el metraje y su relación con Olga. Como anécdota, reseñar que la película gustó mucho a un público que se hartó de aplaudir en los títulos finales, hasta hacer brotar lágrimas de pura emoción a su director Pedro Pérez, que no esperaba tan buena acogida. La verdad es que, sin ser una obra notable, Agua con Sal es una película más que digna que refleja de modo valiente una realidad que conocemos pero que normalmente preferimos ignorar. Y lo hace sin tremendismos ni dramatismos forzados, simplemente mirándola de frente. Sin duda que, cuando se estrene el próximo 2 de diciembre, a la película le va a perjudicar las comparaciones con Princesas, pero se defiende bien por sí misma.

- A mi, con lo que me gustan las buenas lloreras, me he quedado como nueva…
El comentario de mi vecina de butaca a su acompañante resumía a la perfección el espíritu con el que había sido recibido el segundo plato de la sección oficial, la producción cubana Barrio Cuba, segunda parte de una trilogía sobre la Cuba actual y sus habitantes que el veterano realizador Humberto Solás inició hace ya cuatro años con Miel para Oshun y que concluirá próximamente… si la financiación lo permite. Más que nada porque, como explicó en rueda de prensa este director, figura clave de la cinematografía de América Latina, su método de trabajo es muy particular, casi un acto de fe: el rueda con actores amigos a los que no paga un céntimo todo el material en video digital y, con el material ya rodado, busca co-productores que le permitan abordar el proceso de post-producción con cierta garantías. Barrio Cuba es una semblanza de La Habana que los occidentales no conocemos, muy alejada de la imagen tradicional con la que suele ser retratada y quizás algo más cercana a aquella espléndida película que era Suite Habana, un esfuerzo por acercarse a personajes muy reales, con problemáticas muy cercanas y que viven en barrios donde el turista jamás se aventura. Humberto Solanas afirma que La Habana, con su océano de gentes dispares, muchos ellos inmigrantes de otras zonas del país, de distintas razas y creencias, es un universo lleno de contradicciones y dramas cotidianos a los que él le gusta acercarse desde la ficción, pero con un ojo muy firme en la realidad de ahora mismo. Su película la protagonizan un conglomerado de personajes (Oh, cielos, otra Vidas Cruzadas) de lo más variopinto: una pareja joven a punto de tener su primer hijo, un matrimonio cuya estabilidad está en peligro por la imposibilidad de ser padres, una mujer madura desengañada de la vida y abandonada por su última pareja que es cortejada por un señor mucho mayor que ella (el actor Mario Limonta, que por cierto estaba sentado a mi izquierda durante la proyección de la película, lo que no dejaba de crear una situación particular cuando aparecían sus escenas en pantalla), un padre que no acepta la homosexualidad de su hijo – tema jodido este en la Cuba actual, como ya sabemos – y sobre todos ellos, la sombra siempre permanente de los que se van, de los que buscan una vida mejor más allá de las fronteras de la isla.
Barrio Cuba es una película interesante, pero sin duda desigual y sobredimensionada. Las cuatro historias principales que la componen y multitud de pequeñas tramas secundarias puede que consigan su objetivo de mostrar una realidad de La Habana distinta a la que conocemos, pero la necesidad de cerrar todas esas historias – que, como siempre pasa en estos casos, no interesan en igual medida – obligan a un desenlace un tanto alargado y que se decanta por lo melodramático en su tramo final, con alguna que otra escena preparada para que el respetable pueda dar rienda suelta a su emotividad en forma de lágrimas, algo que, como le pasaba a mi otra compañera de butaca, alguno agradecerá, pero que a este cronista le dejó más bien indiferente. Alguna que otra interpretación destacable – no de Jorge Perugorría, que vuelve por enésima vez a hacer lo que mejor sabe, sino de gente como Luisa María Jiménez, Mario Limonta o Isabel Santos -, una presencia constante y de lo más agradable de la música tradicional cubana y ese retrato de La Habana desconocida están entre los puntos más positivos de esta película protagonizada por un puñado de personajes cuyo nexo común es sin duda esa búsqueda de la felicidad un tanto esquiva en medio de una realidad cotidiana que no invita precisamente a relajarse, sino a todo lo contrario. Humberto Solás mantiene, eso sí, que no ha sufrido cortapisa alguna y que ha hecho la película que desde el principio quería hacer, un retrato honesto y sincero para sus compatriotas de un país que, como el dice “siempre ha sido capaz de grandes hazañas y que siempre ha pagado un alto precio por su libertad. Algo así como la Polonia de la América Latina”.

Decididamente, tengo imán para las grandes actrices que presiden o presidieron la Academia. Si en la pasada Seminci tuve un par de encuentros de lo más curioso con Mercedes Sampietro, ahora era Marisa Paredes quien, acompañando al infatigable Manoel de Oliveira, se sentaba un par de butacas a mi derecha para la pryección de un documental premiado en la Seminci que no pude ver en su momento: El Mamut Siberiano. Una de las primeras secuencias de este estupendo documental pertenece a la película objeto del mismo, Soy Cuba, de Mikhail Kalatozov, y deja literalmente boquiabierto: es un plano secuencia que empieza en una calle donde tiene lugar un funeral que se ha convertido en una especie de manifestación espontanea. La cámara asciende y asciende por uno de los edificios mostrando la multitud allí congregada, desplazandose luego a lo largo de sus cornisas en un movimiento tan espectacular como casi imposible. Es una escena de una majestuosidad y una complejidad de realización imposibles de imaginar en una película de 1964. Pero es que, como nos cuenta este documental brasileño, Soy Cuba es así: esta la historia de una película de propaganda realizada en Cuba durante dos larguísimos años de rodaje para los cuales el equipo de filmación soviético tuvo todos los medios que solicitaron para llevarla a cabo, incluyendo cinco mil extras en algunas secuencias y multitud de equipo cubano a su disposición, a los que embarcaron en una aventura apasionante, realizar una apología de la revolución cubana con la estética propia del realismo proletario tan común en aquella época en el cine soviético. La película, cuyo proceso de realización fue tan laborioso como costoso, fue un fracaso absoluto tanto en Cuba – donde los cubanos no se sintieron identificados con la forma tan ‘soviética’ de presentar a su pueblo – como en la extinta URSS – donde incomodaron sobremanera las secuencias que mostraban la época de Batista, prerrevolucionaria y llena de encantos occidentales, como otro espectacular plano-secuencia en una piscina que parece sacado mismamente de El Padrino II – y en ambos países no duró más de una semana en cartel, condenándose después al archivo y a un olvido injusto del que solo fue rescatada cuando Martin Scorsese y Francis Ford Coppola volvieron a estrenar la película en los EE.UU en los años noventa, afirmando sus muchas virtudes… algo que los miembros cubanos del equipo que realizó Soy Cuba que aun viven en Cuba desconocían por completo.

Esta es una de esas historias apasionantes que se descubren casi por azar: el realizador brasileño Vicente Ferraz, que no en vano se formó en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños, se obsesionó con esta película hasta el punto que ha dedicado años de su vida a reconstruir la apasionante aventura del rodaje de una película que casi es una imagen de la historia de la Revolución Cubana desde sus inicios hasta la decadencia en la que hoy se halla sumida. Llena de momentos brillantes y con el único inconveniente de que aquí en Huelva no se puede, como sí era posible en Valladolid, ver la película original de Kalotozov – algo de lo que doy fe que, tras las imágenes que pueden verse en el documental, dan unas ganas tremendas – El Mamut Siberiano es una de esas películas que nos enseñan a los que creemos saber algo de cine que, en el fondo, no tenemos ni puñetera idea, y que deja con la inquietante sensación de que debe haber por ahí cientos de joyas como esta Soy Cuba, defenestradas en su momento por público y/o crítica, que jamás contarán con un Scorsese o un Coppola que las recupere.

Bueno, pues hasta aquí (con cierto retraso, lo reconozco, pero es que he tenido ciertos ‘problemillas técnicos’ afortunadamente ya solventados) la primera crónica del festival de Huelva. Mañana lunes ya tomaremos el ritmo normal de cuatro o cinco películas por día y les iremos contando todo lo que vaya sucediendo por este simpático festival que me va a permitir, tras una semanita en Sevilla inundada de cine europeo hasta las cejas, cambiar de tercio y ver que se cuece por las igualmente interesantes cinematografías de América Latina.

martes, noviembre 15, 2005

SEVILLA, Crónica 7: Hostage, La Moustache, Red Coloured Grey Truck. PALMARÉS FINAL

Sevilla, Crónica 7 y Palmarés. David Garrido Bazán. Cobertura del Festival de Cine Europeo de Sevilla para La Butaca.Net. Todos los Derechos Reservados.

“Jesús, que tostón. A ver si se lo cargan de una maldita vez al Miki Molina albanés este y nos podemos marchar de aquí…” Esos eran los ominosos pensamientos que, tras apenas una hora de película, rondaban la mente de un servidor, bastante cansado ya por el efecto acumulativo de una semana de festival y una treintena de obras a sus espaldas. La verdad es que no todo debía ser fruto de mi cansancio, porque a esas horas ya eran unos cuantos los que, con buen criterio, habían desertado de la sala donde se proyectaba Hostage (nada que ver con la película de Bruce Willis del mismo título, me atrevería a decir que por desgracia), la película griega que cerraba definitivamente la Sección Oficial dado que la israelí To Take a Wife no solo se había caído a última hora del cartel (ver final de la crónica 5) sino que encima nos acababan de comunicar, sin mayores explicaciones, que su pase de prensa en el Teatro Lope de Vega había sido cancelado, con lo que la mañana se presentaba ideal para darse una vueltecita por Sevilla y tomar un poco el sol. Pero antes tenía que terminar la epopeya del tal Stathis Papadopoulos, el actor de enorme parecido con Miki Molina que interpretaba a Senia, un albanés que a golpe de metralleta y granadas, secuestra un autobús urbano con un montón de griegos dentro y reclama, por este orden, que se le devuelva su honor perdido, se le dé medio millón de euros y vía libre hasta Albania, donde cree en su ingenuidad que podrá reunirse con su familia y amigos y disfrutar del botín conseguido. La historia, que se basa en un hecho real acaecido en Grecia hace unos años, pretende denunciar por la tremenda la forma en la que los griegos maltratan a su nutrida población inmigrante albanesa, a los que desprecian sin disimulo alguno, cuando no reprimen a través de una policía que no se corta un pelo. Para ello, el realizador Constantine Giannaris mezcla sin mucho acierto una pesadísima trama de secuestro ejecutada sin mucho sentido con unos flashback que nos ponen en antecedentes sobre lo mal que lo ha pasado ese pobrecito albanés torturado por la policía, un angelito armado hasta los dientes que embarca a siete rehenes en un inacabable periplo por diversas ciudades griegas hacia la frontera con Albania, donde obviamente todo está destinado a terminar como el rosario de la aurora.

La película pretende que comulguemos con la increíble premisa de que todo el pasaje de ese autobús sufre una especie de Síndrome de Estocolmo colectivo justificado y acaba por ponerse de parte de su secuestrador sin muchas luces contra la malvada policía, olvidándose el director el pequeño detalle de que semejante tema más vale que vaya bien justificado en el guión so pena de caer, como así sucede, en el más espantoso de los ridículos – que alcanza su culmen cuando la madre del secuestrador, en una escena digna de una Medea desgarradora, suplica a su hijo que deponga su actitud cual Nuria Espert en el Teatro Romano de Mérida, y perdónenme ustedes el localismo – lo que sumado a una dirección sin el más mínimo concepto del ritmo narrativo nos aboca a la que quizás sea la experiencia más soporífera – con la posible excepción de la portuguesa O Fatalista, que me echó del cine a los veinte minutos – que he tenido ocasión de ver en esta Sección Oficial. Y los que hayan tenido la paciencia de seguir estas crónicas se habrán dado cuenta que entre los doce títulos que la componen ya tiene mérito, pues hay unas cuantas que serían un estupendo remedio para insomnes recalcitrantes. En fin, que lo mejor que le puede pasar a Hostage para que funcione – si llega a estrenarse – es que cualquier despistado la confunda con su homónima americana y pase engañado por taquilla, porque vaya con la peliculita de marras…

Imaginen ustedes a un tipo que luce un frondoso bigote desde hace unos quince años. Imaginen ahora que, tras sugerírselo a su encantadora esposa y ante la complacencia de ésta, el señor en cuestión decide un buen día afeitárselo mientras está en el baño. Sale del aseo con su nueva cara bien rasuradita, juguetea un poco al despiste con su esposa y finalmente le muestra su nuevo rostro… y ésta no solo no se inmuta, sino que no hace el más mínimo comentario al respecto. Como si nada. Dos de mosqueo. Lo malo no es eso, sino que en la cena posterior, para la que ha quedado con una pareja de amigos de toda la vida, estos tampoco hacen la más mínima referencia a su cambio de aspecto. Pero nada de nada. Como si jamás hubiera llevado bigote y todo fuera de lo más normal. Una de dos: o nadie le ha prestado jamás la más mínima atención – una premisa de lo más deprimente – o estos cabrones están todos conjurados para gastarle una broma pesada y cachondearse de su sonrisa forzada de circunstancias y su gesto desconcertado. Así que, tras varias horas en las que nadie le hace el más mínimo caso, el buen señor explota y le monta un pollo a su mujer, que reacciona diciendo no entender nada y afirmando que de qué demonios le está hablando ¡cuando él jamás ha llevado bigote!

Tan surrealista premisa es el punto de partida de La Moustache, sin duda la película más extravagante vista hasta la fecha en el Festival de Sevilla y la que mayores interpretaciones y discusiones han provocado entre todos los que han tenido ocasión de verla. Interpretaciones que pueden ser todas perfectamente válidas por cuanto la segunda película como director de éste antiguo crítico de cine de las revistas Positif o Telerama (¿Será esta película una sofisticada venganza contra la profesión? ¿Será una provocación? ¿Una tomadura de pelo?) obsesionado con el tema de la identidad y el cuestionamiento de la realidad deja todas las vías abiertas, invitando a los espectadores a entrar en un juego del que nunca ofrece las claves suficientes para una resolución lógica, prefiriendo dejar a la libertad del mismo la opción que a éste mejor le convenga. Durante la primera hora de película uno nunca sabe si los problemas que tiene el atribulado personaje que interpreta el actor Vincent Lindon vienen de un sueño, de que ha cruzado accidentalmente a una realidad paralela en la que efectivamente jamás ha llevado bigote o que, simplemente, es víctima, como parecen creer su esposa y sus compañeros, de un proceso de pérdida de la noción de la realidad causado por un trastorno psicológico que amenaza con llevarle de cabeza al manicomio más cercano, a ser posible enfundado en una camisa de fuerza. Ante tal perspectiva, el personaje de Marc resuelve tomar una decisión desesperada y el director, cargándose por completo la estructura lógica de la película – a estas alturas de la propuesta, uno ya no sabe muy bien donde meterse, tal es el meneo al que las neuronas del espectador son sometidas – nos embarca en un viaje sin retorno en el que uno sigue el alucinante periplo de Marc con la vana esperanza de encontrar algún tipo de explicación lógica a esta trama que parece surgida de la enfebrecida mente del escritor Philip K. Dick en uno de sus días perversos. La Moustache es una película sumamente divertida e inquietante, sobre todo durante su primera hora cuando el espectador aun tiene cierta base firme (bueno, no mucha, pero ya me entienden) a la que agarrarse, pero que corre el riesgo de cabrear sobremanera a los que resuelvan que la película no es más que una boutade destinada a provocar a los que se toman esto del cine demasiado en serio. Sea lo que sea, nadie le negará a La Moustache la espléndida forma en la que está concebida y realizada, con una maravillosa interpretación a cargo de un Vincent Lindon que jamás ha estado mejor y la subyugante presencia (por segunda vez en este festival: también está en el reparto de De Battre Mon Coeur S’est Arrêté) de una actriz muy interesante llamada Emmanuelle Devos y una obsesiva BSO a cargo de Philip Glass que le viene como anillo al dedo a tan paranoica historia acerca del cuestionamiento de la realidad. Aun a riesgo de que en el futuro se enfaden mucho conmigo por recomendarles una película no apta para los amantes de las tramas bien cerraditas, si alguna vez llega a estrenarse en algún cine cercano, acérquense a verla, a ser posible acompañados: les garantizo tanto un más que genuino desconcierto como apasionadas discusiones capaces de prolongarse durante horas. Y al director posiblemente riéndose de tantas disquisiciones en algún lugar recóndito.
Para finalizar con un buen sabor de boca el Festival, les hablaré de una simpática película eslovena que vi a última hora de ayer y que lleva por título Sivi Camion crvene boje (Red Coloured Grey Track). Hay que ver que bien han funcionado en este festival las películas procedentes de los países de la antigua Yugoslavia: De Fosa en Fosa es sin lugar a dudas una de las obras que más grata impresión me ha dejado y si la bosnia Días y Horas sabía contar sin regodeos innecesarios el dolor que la guerra había dejado a su paso, esta peculiar road movie en tono de comedia ambientada en los días previos al estallido del conflicto es una nueva muestra de que los habitantes de aquella zona saben como hacer compatibles el dolor y la alegría saltando de uno a otro sentimiento con una facilidad desconcertante. Red Coloured Grey Track es la historia de dos personajes cuyas vidas se ven unidas accidentalmente: Ratko es un bosnio absolutamente daltónico y obsesionado por los camiones de gran cilindrada que roba uno por el simple placer de viajar por el país. Suzana es una serbia de Belgrado, hija de un estricto general del ejército y vitalista cantante de un grupo de música rock que acaba de descubrir que está embarazada de su último desengaño amoroso. Para olvidarse de todo, huye de casa en dirección a Dubrovnik antes de que se acabe el tiempo que tiene antes de abortar, con la mala fortuna de que es atropellada involuntariamente con Ratko, que se ofrece a llevarla. La película es una acertada sátira sobre dos personas a los que les importa un pito las diferencias que tanto obsesionan a sus compatriotas en los días previos a la guerra: la condición de daltónico de Ratko hace que vea todos los colores más o menos igual, de un apagado tono gris, y su visión de la vida en ese sentido se aplica de igual forma a las nacionalidades y razas de aquellos con los que se cruzan. Por su parte, Suzana tiene una mentalidad de lo más abierta y lo único que le preocupa es ser capaz de aprovechar la vida hasta el último trago y disfrutar el presente como si fuera el último momento. La guerra no es sino un engorro molesto en sus planes. La película funciona porque la contraposición entre dos caracteres tan alejados que desemboca en una peculiarísima historia de amor es de una comicidad y una ternura irresistibles, algo a lo que ayudan tanto las acertadas interpretaciones de Srdjan Todorovic y de la shooting star Aleksandra Balzamovic (gracias a la cual hemos podido disfrutar de esta entretenida película en dicha sección) como la forma en la que el guión alterna situaciones sumamente divertidas con la sombra siempre inquietante de la guerra que empieza a manifestarse por todas partes y cuyas consecuencias amenazan a nuestra pareja… sobre todo porque el espectador sabe desde la primera escena (alucinantemente tarantiniana: cuatro mafiosos que se apuñalan y fallecen a la vez al concluir el trato) que el camión contiene un cargamento oculto de armas con destino a la guerra que está por llegar. Sin ser una gran película, Red Colured Grey Truck es una de esas obras que provocan una enorme simpatía por el cariño que le coges a tan entrañables personajes, en el fondo seres perdidos en busca de algo con que dar sentido a sus vidas, y las situaciones de todo tipo en que se ven envueltos. Mejor terminar con una sonrisa tanta trascendencia.
Palmarés del II Festival de Cine Europeo de Sevilla

Giraldillo de Oro, dotado con 60.000 euros:
De Battre Mon Coeur S’est Arrêté, de Jacques Audiard, Francia

Era la opción más sencilla. Sin duda que la película de Audiard era la más sólida de una Sección Oficial en la que han sobrado títulos interesantes que o bien se hundían en su tramo final (Acusados, Vete y Vive) o que sufrían de un comienzo indigesto (caso de la rumana La Muerte del Señor Lazarescu). Puede que no sea, en opinión de algunos, la mejor película del Festival, pero nadie discutía su presencia en el Palmarés final.

Giraldillo de Plata, dotado con 30.000 euros:
Crash Test Dummies, de Jörg Kalt, Austria.

No se que pudo ver el Jurado en esta película de vidas cruzadas correcta, agradable, pero blandita en términos generales y carente de la más mínima trascendencia, que se olvidaba en cuanto terminaba su proyección. Quizás el Jurado se ha dejado llevar por las buenas intenciones de una película que abogaba por el entendimiento entre dos países como Austria y Rumanía, uno integrado de pleno en la UE y otro recién ingresado tras la ampliación de la Europa de los 25, pero a mi me parece excesivo premio habiendo al menos cuatro títulos mucho más interesantes en la Sección oficial. En fin. Misterios procelosos de los Jurados.

Premio Especial del Jurado, dotado con 30.000 euros:
Johanna de Kornél Mundruczó, Hungría.

Una provocación, entendible solo desde el único argumento de que es la propuesta más radical presentada a concurso, lo que no es ni mucho menos sinónimo de estar ante una buena película, sino ante un pestiño bastante considerable (véase la crónica 2). Incomprensible a todos los niveles y una auténtica tomadura de pelo que el Jurado se haya dejado embaucar por esta indigesta mezcla de ópera, la Grace de Dogville, un episodio de Urgencias y vaya usted a saber que más. Eso si, el homenajeado Bela Tarr puede volverse a su país de lo más contento, ya que a su exitosa retrospectiva puede sumar que es el productor de este premiado disparate.

Premio Eurimages, dotado con 30.000 euros: Caché de Michael Hanecke

Premio del Público a la Sección Europa, Europa, dotado con 30.000 euros:
La Febbre, de Alessandro D’Alatri, Italia (Vaya, ésta no la he visto, cachis)

Premio Signis, concedido por un jurado ecuménico al film que mejor represente los valores humanos: Moartea Domnului Lazarescu, de Cristi Puiu. (Al menos un merecido reconocimiento para la película rumana)

Reflexión final: El Festival de Cine Europeo de Sevilla es un certamen que no va sino a crecer a más y mejor con el paso de los años. Su propuesta, única en nuestro país, permite la experiencia de viajar por lo más actual de las filmografías europeas a lo largo y ancho del Viejo Continente y, pese a algún que otro inevitable disgusto, descubrir obras de lo más interesante, diferentes, alternativas, que son todo un baño de frescura en una cartelera dominada por el cine comercial e incluso en una multitud de festivales que apuestan casi siempre sobre seguro. Como bien dice Manuel Grosso, director del Festival “La variedad en temáticas y nacionalidades de las películas ganadoras es una prueba de la pujanza del cine europeo. Las cintas europeas gustan, sorprenden y emocionan. Sin ninguna duda la lección a asumir es que el cine continental tiene un público”. En el apartado de las cosas a mejorar en el futuro hay que apuntar la mala calidad de algunas de las copias de las películas proyectadas, el gigantismo de las diversas secciones que impiden incluso a los más determinados a ver todo lo que les gustaría por la escasez de pases disponibles (en mi caso particular, con la nada desdeñable cifra de 34 películas vistas en apenas 8 días, les puedo asegurar que alguna que otra se me ha quedado colgada); la falta casi generalizada de directores, actores y actrices que vinieran a defender sus películas en las ruedas de prensa (si ya de por si el cine europeo carece de cierto glamour comparado con el americano, imaginen el poco juego que da que no se presente casi nadie por aquí) y la incomprensible decisión de no aprovechar la ocasión para promocionar alguna que otra película española de futuro estreno que ya hemos comentado. Pero a pesar de lo dicho, no cabe duda de que ha sido una muy grata experiencia y que espero volver a este Festival en un futuro. Sevilla y el cine europeo bien lo merecen.